psicomotricidad

sábado, 10 de octubre de 2009


El juego como terapia
Un niño corre sin parar, se estrella, cae y no deja de moverse: seguro que sufre de hiperactividad o déficit atencional. ¿Pastillas? La respuesta puede ser más simple: deténgase un par de segundos y juegue espontáneamente con sus hijos. Los resultados podrían sorprenderle y ser más que una buena alternativa ante el cuestionado Ritalín.

Cada día es más frecuente ver a niños y niñas tratados con diagnóstico de hiperactividad, déficit atencional o depresión. Abordarlos lo antes posible para regresarlos al sendero del aprendizaje es la consigna que mueve a padres, educadores y a la sociedad.

Sin embargo, en la ansiedad por "encarriarlos" (la mayoría de las veces a través del uso de fármacos) los niños se saltan etapas de formación de su personalidad, de su emocionalidad y de su capacidad de respuesta ante el entorno. ¿Por qué? Simplemente les falta jugar.

Así lo postula la sicomotricidad para la cual el juego no es sólo el soporte del conocimiento de las personas en el inicio de sus vidas, sino que aquello que genera el envío de información al cerebro. Y ya se sabe que mientras más información, más desarrollo se produce.

De allí, que estos expertos postulen que muchos de los problemas que afectan a los menores tienen relación directa con vacíos de información y fases que se saltaron por exceso de presión (ver recuadro).

Por eso su terapia consiste, justamente, en recuperar las potencialidades del juego y enseñarles a los padres a ocupar junto a sus hijos este espacio crucial de ocio y desarrollo.

El fin: ayudar al niño a recorrer el camino a través del cual construirá su crecimiento y la estructura básica para el desarrollo neurológico que le permitirá aprender.

La disciplina -instalada recientemente en Chile- ya está presente en varios jardines y colegios capitalinos, la Junji lo ha ido incorporando en programas de autocapacitación y una Universidad ya tiene un postítulo en la materia.

UN PROBLEMA SOCIAL

Hasta los siete años un niño sólo tiene el juego para aprender el mundo. Por eso tocan, se mueven, sienten y desde allí comprenden su cuerpo y el entorno.

"Es la expresión total de su ser cuando se manifiesta de manera espontánea y no por una orden o guía. Muestra su mundo interno y al mismo tiempo lo compone", dice la sicomotricista Solange Butendieck.

En este camino los padres deben entender que cada niño es distinto y tiene su propio ritmo de aprendizaje. Y que en este punto, su rol es secundario y consiste en acompañarlos, proporcionarles espacios de seguridad para el juego, atención a lo que necesiten, valoración y reconocimiento.

"Es como una escalera. Si el cimiento del primer peldaño, que en este caso es la posibilidad de reconocer su cuerpo e imaginar a través del juego, no está completo, los siguientes peldaños no se sostendrán y para levantarlos nuevamente se requiere reconstruir la base", dice.

Por lo mismo, Butendieck sostiene que -en general- el diagnóstico de hiperactividad o déficit atencional es un problema social generado por la presión que pone al niño en una situación de sobre exigencia. "Se le pide poner atención donde no puede".

"Ellos tienen una imagen fragmentada de su cuerpo, porque se saltaron la fase en que se aprende a reconocerlo. Por eso se mueven descontroladamente, chocan y se estrellan. Necesitan sentirlo y volver a conformar esta imagen", explica Virginia Arenas del Centro de Sicomotricidad y Educación Integral Arcas.

SALIR AL MUNDO

Para lograr que recupere esa etapa perdida hay fórmulas diversas. Marcela Hernández, del Centro de Investigación y Capacitación en Educación y Sicomotricidad (CICEP), les propone jugar, por ejemplo, a ponerse mucho aceite emulsionado en los brazos.

"Tienen que desaparecer los rastros de la crema para que pase a otro juego. Eso lo mantiene un buen rato jugando con su cuerpo, tocándolo, sintiéndolo, reconociéndolo".

Algo similar pasa con los niños depresivos: se saltó procesos importantes en su aprendizaje del mundo, lo que lo despojó de seguridad.

"Por eso le cuesta salir de sí mismo, siente que no puede. Por ejemplo, le costará mucho saltar, porque eso implica dominio de espacio, pero si paulatinamente pone sus miedos en la escena del juego, terminará por enfrentarlo y superarlo, cuando lo haga, el niño se comenzará a sentir más seguro y sin darse cuenta saldrá al mundo", dice Hernández.

Movimiento y conexiones neurales

Un niño que no juega, pone en riesgo las conexiones neuronales que conformarán la imagen que se forma de sí mismo, su capacidad de aprendizaje y desarrollo.

“Cuando uno nace, lo hace con las redes neuronales listas, pero sin las ‘dendritas’ o conexiones entre una y otra. Sin ellas, no es posible llevar información al cerebro”, dice la sicomotricista Virginia Arenas del Centro Arcas, estableciendo que estas conexiones se producen con el movimiento.

Explica que al nacer los movimientos son automáticos, no tienen intención. Es el balanceo, el movimiento calmado el que inicia el envío de información al cerebro y con ello se generan especies de huellas de información. Mientras más información, más desarrollo se produce.

El movimiento va generando las dendritas y con la llegada de información algunas áreas del cerebro comienzan a dividirse con los datos que provienen de su cuerpo. Ahí se inicia la construcción de la imagen corporal.

“Si no tienes esta imagen corporal clara, no tienes la percepción de donde empieza y termina tu cuerpo, provocando una sensación de angustia. Los niños hiperactivos tienen un porcentaje de esto, no alcanzan a comprender su cuerpo, entonces tienen la angustia de no “saberse” y necesitan moverse para “sentirse”.